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Ruham Al-Bezra: "La influencia de la religión en la integración puede ser positiva"

25 Marzo 2019

Ruham Al-Bezra es facilitadora de diálogo del KAICIID

 

Con base en su experiencia, ¿cómo cree que puede influir la religión en los procesos de integración?

El efecto puede ser positivo o negativo, depende de la persona. Para mí, que provengo de un contexto musulmán, la religión no fue un problema. De hecho, suelo explicar cómo la religión me ayudó a integrarme, porque en todos los aspectos de nuestra religión es necesario estar integrado, conservando a la vez la propia identidad.

En nuestra religión hay un verso que nos alienta a leer y a educarnos. Siempre les digo a las mujeres con las que trabajo que, para integrarnos, lo primero que debemos hacer desde nuestra religión es aprender el idioma nuevo. Y cuando una persona se educa, puede educar a sus propios hijos. Desde esta perspectiva, la influencia de la religión en la integración puede ser positiva.

En mis talleres no empiezo mencionando el papel de la religión en la integración, pero si alguien dice que la integración no es posible a causa de la religión, le explico por qué sí es posible. No creo que la religión deba ser un problema para integrarse, no es necesario incluirla conscientemente en el proceso de integración, porque no representa un impedimento.

La religión en sí no es el problema, porque la integración no comienza con la religión. Todas las religiones enfrentan las mismas cuestiones.

En ocasiones, si las personas muy conservadoras no hacen algunas cosas como las hace la mayoría de la población local, aun así esto no significa que no estén integradas. Por ejemplo, muchas estadounidenses protestantes no se bañan con un bikini o con el torso descubierto, llevan traje de baño enterizo, y eso está bien. Y cuando una mujer árabe no quiere usar un bikini, algunos dicen que tiene que usarlo, y otros dicen que no es importante.

La decisión de usar un bikini o una camiseta no es lo que mide si la persona está integrada o no. No es necesario estar asimilado a una sociedad, porque se pierde la propia identidad.

Para mí, la religión no fue un problema. Si salía con un grupo de personas que bebían alcohol y yo era la única que no bebía, de todos modos me divertía. Algunos austríacos cristianos también salen y no beben alcohol. La integración tiene que ver con el modo en que las personas conviven en armonía y respetan cada una la forma de vida de la otra.

 

En su experiencia, ¿de qué manera puede contribuir el diálogo interreligioso a la integración?

Depende del grupo y de su contexto. Muchas personas confunden las tradiciones y actitudes con la religión. Cuando en un grupo se valoran las actitudes, es más difícil alcanzar una integración efectiva. Por ejemplo, cuando se dice que las mujeres no deberían trabajar, es una cuestión más cultural que religiosa. Cuando se habla de esto con un grupo que valora las actitudes, es difícil para el grupo aceptar esta idea porque la cultura y la sociedad, no la religión, prohíben que la mujer trabaje.

El diálogo interreligioso ofrece la oportunidad de aclarar las opiniones. Si en el grupo hay dos opiniones distintas, es posible centrarse en esa cuestión y aclararla desde ambas ópticas, y ver desde cada óptica cómo puede contribuir a la integración.

Si para una persona todo depende de la religión, se podría explicar una idea a través de la religión y hablar de estas cosas desde la perspectiva religiosa porque, mediante el diálogo, se tiene la oportunidad de hablar y comunicar la propia perspectiva.

Quien actúa como facilitador del diálogo puede dejar que el diálogo evolucione de una manera propicia para que la persona se integre. Por ejemplo, hablar a la persona en su idioma y darle la oportunidad de pensar. Además, si se habla desde la propia experiencia o de un ejemplo de vida, habitualmente se logra un efecto mayor.

 

¿Cuáles son los desafíos que enfrenta el diálogo interreligioso en el proceso de integración?

En algunos casos hay conflictos entre personas con posiciones encontradas. Cuando hay dos opiniones absolutamente distintas, no es fácil hallar un punto medio. En ocasiones, si el conflicto se agrava, sencillamente debemos cambiar de tema.

Además, solemos clasificar a las personas como buenas o malas, y es difícil aceptar que el Otro puede ser una persona tan buena como uno.

En nuestros talleres a veces tenemos personas de distintos orígenes culturales y étnicos que no quieren dialogar entre sí. Lamentablemente, en algunos casos estas personas han abandonado el diálogo.

 

¿Puede compartir una historia que le inspire a seguir trabajando en este campo?

Una vez estábamos hablando acerca de cómo criar a los niños, del sistema escolar austríaco y de cómo obtener una vacante en la escuela. Una participante tenía un hijo de 15 años y, después de 3 meses, encontró una vacante escolar para él. Estaba muy contenta. En este caso, nuestro diálogo a favor de la integración le ayudó a encontrar un lugar para su hijo.

Por otra parte, cuando digo que soy musulmana y que mis hijos y yo practicamos nuestra religión, esto da esperanza y motiva a algunas personas recién llegadas. Les dice que es posible integrarse incluso si se tiene otra cultura y otra religión. Solía trabajar en una escuela, y para algunos padres musulmanes no era fácil enviar a sus hijas a clases de natación. Hablé con unos padres y los profesores, y la cuestión era que la alumna no se sentía cómoda cambiándose delante de otros niños. Sugerí la opción de que fuera a una sala aparte a cambiarse y luego regresara para unirse al grupo, y esto representó un cambio positivo. Era lo que necesitaba para ir a clases de natación. Este es un claro ejemplo de cómo el diálogo puede hacer la vida más fácil.