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Trabajando duro para ofrecer un futuro prometedor a las comunidades más marginadas de Serbia
La asistencia humanitaria se administra mejor cara a cara. Poder mirar a una persona a los ojos, cogerle la mano u ofrecerle un abrazo y comprometerse con ella a nivel emocional. Cada una de estas cosas es crucial y, en medio de la pandemia mundial, ninguna ha sido posible.
Por todo el mundo, los trabajadores humanitarios y los activistas se han enfrentado a retos que pocos podrían haber previsto. Para algunos, esto ha significado la reducción temporal de las actividades de ayuda; para otros, la duplicación de los esfuerzos para ayudar a las comunidades más necesitadas. La Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA) se encuentra entre estas últimas.
"El coronavirus ha complicado enormemente nuestro trabajo, porque no siempre ha sido posible estar presentes en las comunidades a las que ayudamos con la frecuencia que nos gustaría", dice Igor Mitrović, director de ADRA -la rama humanitaria internacional de la Iglesia Adventista del Séptimo Día- en Serbia. "Así que hemos tenido que pensar de forma creativa en cómo llegar a la gente".
En Serbia, la misión de ADRA -miembro de la "Red para el Diálogo" apoyada por el KAICIID desde 2019- se centra en tres grupos principales: la comunidad gitana, los refugiados y las personas sin hogar. Trabajando con líderes políticos, abogados y profesionales de la medicina, la organización pretende aumentar los niveles de educación y autonomía económica, proporcionar asistencia sanitaria, reducir la violencia y promover la integración.
La tercera ola de la pandemia
En agosto de 2021, cuando Serbia se preparaba para una tercera oleada de infecciones del COVID-19, ADRA temía que fuera inminente un desastre humanitario. En respuesta, el grupo puso en marcha su proyecto "Leave No One Behind", un plan diseñado para proteger a las comunidades más vulnerables del país.
Desde entonces, hasta 15.000 personas sin hogar, miembros de la minoría romaní, refugiados y personas que viven en lugares remotos han recibido ayuda del personal de ADRA, desde asesoramiento sobre el coronavirus y servicios de higiene hasta reconocimientos médicos.
Es un trabajo vital el que realiza el equipo de Mitrović. En los márgenes de la sociedad, los grupos minoritarios a los que ADRA ayuda a menudo carecen de información sobre la mejor manera de protegerse del virus, incluida la forma de organizar la vacunación contra el COVID-19. También hay una falta de concienciación sobre la importancia de prevenir la propagación de los gérmenes, dice Mitrović, así como una preocupante falta de instalaciones sanitarias básicas.
Igual de importante es la prestación de asistencia sanitaria del proyecto "Leave No One Behind". Mientras que los médicos y las enfermeras pueden ofrecer exámenes médicos básicos -como la medición de la presión arterial y el azúcar en la sangre- y ofrecer a los pacientes consejos sobre cómo mejorar su salud en general, a menudo surgen problemas en torno a la identificación personal.
Para utilizar el sistema sanitario de Serbia o acceder a las prestaciones del gobierno, incluido el seguro médico básico, las personas deben presentar un documento de identidad, algo de lo que a menudo carecen los refugiados, los gitanos y las personas sin hogar. Para abordar este problema, el personal y los voluntarios de ADRA ayudan a los miembros de estos grupos marginados a través del proceso de solicitud de la tarjeta de identificación, proporcionando asistencia legal a los que no tienen la documentación adecuada.
La importancia del diálogo intercultural
Ayudar a las minorías marginadas de Serbia es un ejercicio de comunicación intercultural, ya que las comunidades de personas sin hogar, gitanos y refugiados del país son culturalmente distintas de la mayoría.
"Los tres grupos con los que trabajamos tienen su propio entorno cultural y sus propios idiomas, por lo que se necesita algún tipo de habilidad para cruzar la brecha cultural", dice Mitrović.
La comunidad romaní de Serbia es mayoritariamente de religión musulmana y procede de Kosovo, de donde huyó durante la brutal guerra civil de la década de 1990. A pesar de haber vivido en Belgrado y sus alrededores durante casi dos décadas, el grupo habla predominantemente albanés, por lo que las barreras lingüísticas son el primer obstáculo que debe superar el personal de ADRA. Para ello -y para sortear otros retos étnico-religiosos- la organización emplea a profesionales romaníes para ayudar a salvar la brecha cultural.
Un enfoque similar se adopta con los grupos de refugiados de Serbia. La mayoría de los desplazados que llegan a los Balcanes, procedentes en su mayoría de Oriente Medio y el Norte de África, no pretenden establecerse allí, sino que esperan continuar su viaje hacia el oeste. A pesar de ello, el país tiene unos 7.000 migrantes que necesitan ayuda, un proceso que comienza con mediadores interculturales, explica Mitrović.
"Empleamos a personas de las regiones de las que proceden los refugiados, a menudo personas que fueron refugiados ellos mismos. Como tienen una experiencia vivida compartida, es más fácil que se ganen su confianza."
Una piedra angular de la comunidad
El tiempo cara a cara regular es fundamental para este ejercicio de creación de confianza. Ya sea un simple paseo por el parque o una charla tomando un café, el personal de ADRA se propone estar presente en las comunidades a las que sirve cada día. Con este nivel de contacto, el equipo de Mitrović realmente tiene el dedo en el pulso, lo que les permite responder rápidamente cuando surgen problemas.
Con una sólida base de confianza y comprensión, ADRA puede dar pasos más concretos hacia la integración: ayudar a las personas a encontrar trabajo luchando contra los prejuicios de los empleadores, ayudar en las empresas y garantizar que los niños tengan acceso a una educación de calidad.
Esto último es especialmente importante. En consonancia con una política gubernamental sobre la integración de los niños refugiados y gitanos en las escuelas serbias, el personal de ADRA colabora estrechamente con los profesores para garantizar la superación de cualquier barrera cultural que surja en el aula. La pandemia, sin embargo, ha ejercido una fuerte presión sobre esta vital labor educativa.
"Todo se paralizó cuando llegó el coronavirus, y las escuelas, por supuesto, tuvieron que cerrar", recuerda Mitrović. "Hubo un gran problema en torno al acceso a los dispositivos digitales para que los niños de entornos marginales pudieran seguir aprendiendo a distancia".
Durante estos meses especialmente difíciles del brote, el centro comunitario de ADRA en Belgrado ofreció un salvavidas a las comunidades vulnerables. Inaugurado en 2017, el centro es un espacio seguro para acceder a servicios, hacer deporte o simplemente relajarse. Y en medio de la pandemia, sirvió como escape para las personas -especialmente los niños- que sufrían bajo la tensión mental del encierro.
Esa es, en última instancia, la misión de ADRA: aliviar el sufrimiento de las personas que han soportado un pasado turbulento, esforzándose por ofrecerles la esperanza de un futuro mejor.
¿Con qué frecuencia escuchamos de verdad?
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¿Qué hace falta para desarrollar lazos…